jueves, 7 de enero de 2010

Argentina en la encrucijada energética



Una radiografía del déficit energético argentino y sus posibles soluciones. Cómo se prepara la industria para enfrentar la escasez. Las inversiones que faltan y las energías alternativas que aún no se han explotado.



Mientras aumenta la demanda local y mundial, la Argentina está agotando sus reservas de petróleo, gas y electricidad. En menos de una década, el país pasará de ser exportador, a importador de petróleo. Se han sobreexplotado las reservas de gas natural, la principal fuente energética, y el sistema eléctrico opera al límite. Los cortes de suministro durante los primeros y calurosos días del año son apenas la punta del iceberg del déficit energético que podría frenar el crecimiento económico. La solución requiere, como muchas cosas en la vida, tiempo y dinero.



Para el dirigente de la UIA Ignacio de Mendiguren, “hubo un cambio positivo” en los últimos meses, y fue “el reconocimiento del problema por parte de la nueva administración, y un llamado a todos los sectores para resolverlo. Hasta ahora, la industria -que consume el 30% de la energía, soportaba el 100% del racionamiento. Es hora de que todos tomemos conciencia y colaboremos como sociedad”, sostiene De Mendiguren. “El uso racional de la energía es una buena estrategia para el momento. La solución al problema de fondo llegará en 2009, cuando Atucha esté funcionando y maduren las inversiones que se anunciaron”, asegura, optimista.



Carlos de la Vega, presidente de la Cámara Argentina de la Construcción (CAC) coincide con la apreciación: “hacen falta inversiones para resolver los problemas de fondo a nivel energético. El gobierno nacional y algunas provincias están haciendo esfuerzos para poner en marcha algunos proyectos, y seguramente el sector privado se sumará a ese proceso, teniendo en cuenta que el país muestra un crecimiento excepcional y continuado que ya lleva más de 5 años”.



En el entretiempo, hasta que se concreten las inversiones, “son destacables las medidas adoptadas por las grandes superficies, los supermercados y shoppings que como grandes consumidores, han hecho inversiones importantes para cambiar sistemas de iluminación y refrigeración”, señala. El comercio es la actividad más extendida en todo el país y este año crecerá a un 8% o más, dado que el consumo es el principal motor de la economía, además de las exportaciones de commodities.



El economista y ex secretario de energía Daniel Montamat traza un diagnóstico minucioso y preocupante: “Ya somos importadores netos de gasoil y vamos camino a importar crudos livianos”, afirma. En cuanto al sistema eléctrico: el último invierno hubo cortes durante setenta días (de junio a fines de agosto) porque la demanda de potencia eléctrica (19.000 MW) superó la oferta disponible (17.000/18.000 MW). La falta de potencia de generación se resuelve en relativo corto plazo incorporando nuevas unidades térmicas al parque generador si hubiera disponibilidad de gas natural. No obstante, a juicio de Montamat “el mayor problema energético de la argentina es la escasez de gas”. El país depende en un 50% del gas natural en el consumo de energía primaria y 50% de la electricidad es generada a partir del gas natural. Se han sobreexplotado las reservas y la producción declina en los yacimientos más importantes. La alternativa del corte a Chile ya no deja margen, y el abastecimiento desde Bolivia se ha vuelto caro e inseguro (Argentina tiene prioridad tres, luego del mercado doméstico boliviano y de Brasil).



Alto impacto



La crisis energética se refleja en la economía real y en las cuentas nacionales. La industria energética representa entre 5 y el 6 % del valor agregado. “Pero si funciona mal ese 5% hay problemas para generar el 95% restante del producto”, advierte Montamat.



Hay un hecho insoslayable: Las restricciones energéticas frenaron el crecimiento industrial. Los 70 días de restricciones le costaron a la producción industrial una caída de alrededor de 1.4 puntos respecto a la tasa de expansión que se proyectaba para el sector en el 2007. Un estudio del economista de FIEL Abel Viglione calcula la pérdida en 532 millones de dólares.



Además, las restricciones energéticas son disuasivas de nuevas inversiones. Quien decide ampliar su planta o construir una nueva no puede tener dudas del aprovisionamiento energético y su costo. En cuanto a la incidencia sobre las cuentas públicas y externas (“superávit gemelos”): “Los subsidios energéticos directos con impacto presupuestario, (algunos disimulados en los fondos fiduciarios) se elevan este año a 5.000 millones de dólares; crecen exponencialmente y debilitan la necesaria robustez de las cuentas fiscales”, dice Montamat.



También hay subsidios indirectos, por ahora sin impacto presupuestario, pero que pueden llegar a tenerlo. Son los subsidios por transferencia de renta de la cadena de valor de los hidrocarburos al consumidor (petróleo, derivados y gas natural) a través de precios internos divorciados de las referencias internacionales. Suman entre 8.000 y 9.000 millones de dólares. Mientras la renta se genere en la Argentina, los subsidios indirectos no tienen costo fiscal. Si hay que importar petróleo, gas y productos y se quiere sostener la política de precios, el subsidio indirecto se transforma en directo. El Tesoro (es decir, los contribuyentes de impuestos) pagará la diferencia. A su vez, pierde ingresos por disminución de las retenciones debido a la caída de las exportaciones.



En el 2006, el saldo positivo de la balanza comercial energética de US$ 5.800 millones representó el 47% del saldo de la balanza comercial total del país. En julio de 2007, por primera vez desde 1990, hubo un saldo negativo de 23 millones de US$ en el balance comercial energético (petróleo, gas y electricidad). En agosto el déficit se elevó a 96 millones de US$. “El resultado anual siguió siendo positivo pero muy inferior que el del año anterior. Si se da vuelta la balanza comercial energética perdemos dólares de exportación y tenemos que usar dólares para importar”, concluye Montamat.



Prender la lamparita



Desde Fehgra, la federación que agrupa a empresarios hoteleros y gastronómicos, uno de los sectores más afectados por los cortes de suministro de los primeros días del año, se elaboró un “manual de uso racional” de la energía. “Para nosotros, el uso racional es fundamental para bajar los costos. Y por otra parte entendemos que más allá de la crisis local, el problema energético es mundial, y el mundo está yendo hacia fuentes de energía renovables”, dice el presidente de la entidad, Oscar Ghezzi. “Al principio, hay que hacer inversiones costosas. Pero a mediano plazo ya se ven los resultados. Energía, iluminación y climatización representan el 70% de los gastos de un establecimiento. Son el segundo rubro de costos, luego de los sueldos”, señala.



Para Ignacio Zaradnik, de la comercializadora de componentes electrónicos Electrocomponentes, la crisis energética impulsó un mayor interés en comprar productos de bajo consumo o que permitan un mejor manejo de la energía. “El canje de lámparas incandescentes por otras de bajo consumo impulsado por el gobierno implica un reconocimiento del problema, pero es una medida de corto plazo. El sistema de distribución eléctrica está colapsado y si no queremos seguir al límite hay que pensar en inversiones de largo plazo”, señala.



Guillermo Pierazzoli, presidente de la compañía tecnológica Tao IT opina que “todavía falta conciencia de la real gravedad de la crisis energética. La solución no pasa por cambiar las lamparitas, sino por hacer una reconversión tecnológica. Los principales proveedores de la industria informática ya están trabajando en sistemas con mayor capacidad de procesamiento y menor consumo ya que en los países centrales así se lo exigen. Pero la solución no es reducir el consumo, sino asegurar una mayor generación”, sostiene.



Distorsiones y costo político



Para superar la crisis energética “hay que dar certidumbre en un conjunto de reglas e instituciones, y asumir el costo político de recomponer los precios y tarifas de la canasta energética”, propone el economista Montamat. “En mayo de 2006 la canasta promedio regional que costaba en valor simbólico 1 peso, en la Argentina se compraba a 42 centavos; hoy, la misma canasta cuesta 36 centavos. Con las retenciones adicionales al crudo y los derivados esta distorsión va a agravarse”, señala.



El postergado reajuste de precios y tarifas “deberá ser complementado con mecanismos que promuevan la eficiencia energética”, agrega. El ahorro y la eficiencia en el uso de la energía, además de las ventajas ambientales, reducen los montos de inversión que requiere la recomposición de las reservas en los distintos segmentos.



Para superar la crisis hay que tomar una serie de medidas puntuales cuya prioridad es función de los plazos: Por el lado de la demanda, se debe incentivar al ahorro, ajustar los precios y diseñar una tarifa social para proteger a los consumidores más vulnerables. En cuanto a la eficiencia energética, establecer un etiquetado para heladeras, lámparas y acondicionadores de aire en función del consumo energético.



Y por el lado de la oferta, la prioridad es ampliar la capacidad del gasoducto del Sur y del gasoducto existente con Bolivia. Antes de lanzar el nuevo gasoducto GNEA, renegociar con Bolivia una cláusula Delivery or Pay (entregue o pague) para asegurarse el desarrollo de las reservas.



También incentivar el desarrollo de reservas locales con recomposición de precios en boca de pozo. Renegociar los contratos con los segmentos regulados de transporte y distribución de gas y electricidad, con una recomposición tarifaria, y restablecer la regla de que quien opera el sistema invierte en las ampliaciones. Dejar los fideicomisos como mecanismos de excepción y reponer la autonomía de los organismos de regulación.



En el mediano plazo Montamat propone un plan exploratorio con los incentivos del régimen minero y sin la intervención forzada de ENARSA; acuerdos energéticos con Brasil y Paraguay; promoción de emprendimientos de microgeneración hidráulica; desarrollo de los biocombustibles; proyectos de energía eólica y nuclear. Y a largo plazo, recrear las condiciones para avanzar en la integración energética regional con miras a la consolidación de un mercado regional de energía.



La respuesta está en el viento



Los especialistas calculan que al actual ritmo de consumo y si no se descubren nuevos y descomunales yacimientos, quedan 40 años para que se agoten las reservas mundiales de petróleo. Por eso es lógico que la mayoría de los países estén buscando alternativas al apagón mundial que podría venirse. ¿La respuesta estará en el viento, como dice la canción de Bob Dylan?



En la Asociación Argentina de Energía Eólica (AAEE) aseguran que el país cuenta con excelentes recursos humanos (ingenieros, técnicos y operadores, entre otros) que le permitirían sumarse al mercado mundial de la energía eólica, dominado hasta la fecha por países como España, Alemania, Dinamarca y Estados Unidos.



La instalación de 300 megavatios de parques eólicos en la Argentina crearía entre seis mil y quince mil puestos de trabajo directos, vaticina un informe de la AAEE que fue presentado el año pasado durante un encuentro internacional del sector en Mar del Plata.



Un estudio realizado por el ingeniero Oscar García Peyrano, director del Laboratorio de Vibraciones y Mecatrónica del Centro Atómico Bariloche, destaca el enorme potencial en recursos humanos disponible en el país para desarrollar turbinas eólicas (que hoy se importan), sumado a los poderosos vientos patagónicos.



Según el Centro Regional de Energía Eólica del Chubut (CREE), la Argentina cuenta con los mejores vientos continentales del planeta. Sin embargo, en la actualidad las redes eléctricas de alta tensión existentes sólo pueden incorporar 300 megavatios.



Puede que esa cantidad de megavatios no solucione la crisis energética nacional -se requieren entre 1400 y 4000 megavatios de fuentes no intermitentes para satisfacer la demanda actual -, pero sí ampliaría las reservas de energía, crearía miles de puestos de trabajo y dejaría divisas por la exportación de esta tecnología. A nivel mundial, el negocio eólico crece al 25% anual, desde hace más de dos décadas; emplea a más de 250 mil personas, y facturó unos 80 mil millones de dólares en 2006. ¿Por qué no plegarse?



El regreso de la energía nuclear



Vapuleada por su asociación a los conflictos bélicos y condenada al olvido tras la tragedia de Chernobyl, la energía nuclear vuelve a florecer a lo ancho del planeta. “El mundo está presenciando un acelerado y significativo resurgir de la actividad nuclear”, afirma Eduardo Beaumont Roveda, jefe de planeamiento estratégico de Dioxitek, una empresa mixta que es el brazo industrial de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CONEA). Este revival se aprecia tanto en “los cambios de política de países que hasta hace unos años se encaminaban al desmantelamiento de sus instalaciones y hoy diseñan planes para la ampliación de sus reactores, como en los esfuerzos de los países que intentan sumarse al club”, dice Beaumont Roveda en su trabajo “Renacimiento Nuclear y Globalización”.



El experto señala tres indicios fundamentales: El explosivo aumento de la demanda energética -que duplicará el consumo de electricidad mundial para el 2030-; el incremento de precio y la escasez progresiva de los combustibles fósiles; y el cambio climático que obliga a buscar fuentes de energía que no generen emisiones de dióxido de carbono (CO2). Y la energía nuclear es la que mayor potencia genera sin verter a la atmósfera gases de efecto invernadero.



El informe de Beaumont traza un panorama de las actuales políticas nucleares de Estados Unidos, Rusia, potencias europeas y países de Europa del Este, China, Japón, India y Brasil. Y llega a la conclusión de que la Argentina, el primer país latinoamericano que logró tener una central nuclear de generación de energía y enriquecer uranio -tecnología que dominan apenas una decena de naciones-, no debería perder la oportunidad de subirse otra vez al tren.



En julio del año pasado, y aunque pasó desapercibido en medio de las disputas electorales, las temperaturas invernales récord, los resultados deportivos y el recrudecimiento del conflicto de las pasteras, el gobierno hizo un importante anuncio: la reactivación del plan nuclear argentino, con la reapertura de la mina de uranio Don Otto en la provincia de Salta y el reinicio de las actividades de enriquecimiento de este mineral para su uso con fines pacíficos. Tras 55 años de desidia, y una fallida privatización de las centrales nucleares en los 90, puede que no sea demasiado tarde para retomar el tren perdido.



La ola verde de los biocombustibles



Ser el granero del mundo marcó el destino del país desde finales del siglo XIX. En el nuevo milenio, el desafío es convertirse no sólo en proveedor de granos y alimentos, sino de energía bajo la forma de biocombustibles.



La categoría incluye al biodiesel, bioetanol y biogás, que se producen a partir de materias primas de origen agropecuario, agroindustrial o desechos orgánicos. Los biocombustibles usan la biomasa vegetal y son una fuente de energía renovable que reduce la contaminación ambiental y cobra cada vez mayor protagonismo frente al agotamiento de las energías fósiles.



Se trata del recurso energético en el que el país presenta mayores ventajas comparativas, dado que la Argentina es hoy el tercer productor y exportador mundial de oleaginosas (soja y girasol) y uno de los exportadores líderes de aceite. Esto la convierte en un potencial abastecedor mundial de biodiesel. “El mercado global llegará en el 2010 a unos 15 mil millones de toneladas anuales”, pronostica Claudio Molina, director de la Asociación Argentina de Biocombustibles e Hidrógeno.



Según datos de esa asociación, los proyectos de inversión para los próximos cuatro años suman 1.000 millones de dólares. En 2010 el país contará con capacidad para producir unos 3 millones de toneladas de biodiesel, un volumen que excederá la demanda interna y significará un salto enorme respecto de las 60.000 toneladas que se producen actualmente.



La demanda actual en el mundo es de más de 12 millones de toneladas, por eso todo tipo de empresas, pero principalmente aceiteras como Molinos y Vicentín y petroleras como Repsol YPF ya apostaron sus fichas a producir biodiesel a escala industrial.



La sanción de la Ley de “promoción y uso sustentable de biocombustibles”, a fines de 2006, establece que a partir de 2010, todo el gasoil y la nafta que se produzca en el país deberán contener 5 % de biodiesel y bioetanol, respectivamente.



Por otra parte, la producción de biocombustibles permite obtener Certificados de Reducción de Emisiones (de gases de efecto invernadero), o “Bonos de Carbono” y negociarlos con empresas de países que deben reducir sus emisiones para cumplir con el Protocolo de Kyoto.



Aunque sus detractores vaticinan que el uso de biocombustibles podría encarecer el precio de los cereales y oleaginosas destinados a los alimentos, lo cierto es que la revolución de la energía verde ya empezó y es imparable. Para la Argentina significará seguir enviando sus cosechas al exterior, pero con un valor agregado convertido en energía limpia y renovable.

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