NOTICIAS me pide una columna “sobre los Redrados, Cobos, Albertos, Felipes, Magnettos, etcétera, todos ex aliados convertidos en salvajes opositores”. Se presta para un elogio de la traición, como el que Antonio Cafiero le transmitió a Pino Solanas para una de sus películas o, en mi caso, se presume, para una diatriba, de la traición y de los traidores.
Prefiero aportar algunas hipótesis sobre las causas de algunos comportamientos, de lo que implican para la sociedad argentina y de las perspectivas para los próximos años. La frase más interesante que obtuve de Kirchner en el reportaje que le hice el último domingo fue que las contradicciones son diferentes ahora que durante su gobierno porque cambió el campo de alianzas. Entonces “había muchos que aún pensando diferente acompañaban porque todos querían salir del infierno, pero ahí todavía no se perfilaba la definición profunda del modelo, y ahora sí”.
Hace cinco años escribí que el relevo de Prat-Gay por oponerse a la negociación dura con el FMI era el fin del mito de la autonomía del Banco Central que contraponía la defensa del valor de la moneda con las necesidades más elementales de la política económica; que Redrado era un militante del poder que había aceptado las condiciones que le impuso Kirchner y que sólo faltaba darle piadosa sepultura a la Carta Orgánica de la autoridad monetaria. Sin embargo, Kirchner no consumó esa reforma cuya necesidad comprendía ya entonces, ni la de la ley de entidades financieras de Martínez de Hoz, ni la impositiva que le propuso Felisa Miceli.
Eso lo paga ahora Cristina. Sus dos vertiginosos años de gobierno han acelerado todos los pulsos y reducido todos los plazos, pese al asombroso ninguneo con que la tratan muchos de quienes tendrían tiempo de arrepentirse si la operación en marcha en su contra fuera exitosa.
La recuperación del sistema previsional, la ley de medios, la asignación universal por hijo, el reconocimiento a los cuerpos de delegados de nuevos sindicatos, el rechazo a las clásicas políticas contractivas, a la represión de la protesta social y al endeudamiento a tasas astronómicas confirman que por primera vez desde 1952 el Estado no descarga el ajuste sobre las espaldas populares.
Pero el Gobierno no amplió su base de sustentación de acuerdo con la diversidad y envergadura de sus oponentes: la jerarquía católica, el Partido Militar, la corporación judicial, el FMI, la oligarquía pampeana, el sistema financiero, los grandes medios. Como un boxeador habilidoso pero liviano, sólo puede compensar la diferencia de peso y potencia con una movilidad constante.
A esos poderes fácticos se arriman Cobos, Redrado, Felipe y tantos otros que, Kirchner dixit, acomodan el sombrero según sople el viento. Excluyo a Alberto, porque me da pena, y a Magnetto, porque es distinto: el rival fornido que tiene apuro por noquear porque presiente que de otro modo perderá en las tarjetas.
Horacio Verbitsky
Prefiero aportar algunas hipótesis sobre las causas de algunos comportamientos, de lo que implican para la sociedad argentina y de las perspectivas para los próximos años. La frase más interesante que obtuve de Kirchner en el reportaje que le hice el último domingo fue que las contradicciones son diferentes ahora que durante su gobierno porque cambió el campo de alianzas. Entonces “había muchos que aún pensando diferente acompañaban porque todos querían salir del infierno, pero ahí todavía no se perfilaba la definición profunda del modelo, y ahora sí”.
Hace cinco años escribí que el relevo de Prat-Gay por oponerse a la negociación dura con el FMI era el fin del mito de la autonomía del Banco Central que contraponía la defensa del valor de la moneda con las necesidades más elementales de la política económica; que Redrado era un militante del poder que había aceptado las condiciones que le impuso Kirchner y que sólo faltaba darle piadosa sepultura a la Carta Orgánica de la autoridad monetaria. Sin embargo, Kirchner no consumó esa reforma cuya necesidad comprendía ya entonces, ni la de la ley de entidades financieras de Martínez de Hoz, ni la impositiva que le propuso Felisa Miceli.
Eso lo paga ahora Cristina. Sus dos vertiginosos años de gobierno han acelerado todos los pulsos y reducido todos los plazos, pese al asombroso ninguneo con que la tratan muchos de quienes tendrían tiempo de arrepentirse si la operación en marcha en su contra fuera exitosa.
La recuperación del sistema previsional, la ley de medios, la asignación universal por hijo, el reconocimiento a los cuerpos de delegados de nuevos sindicatos, el rechazo a las clásicas políticas contractivas, a la represión de la protesta social y al endeudamiento a tasas astronómicas confirman que por primera vez desde 1952 el Estado no descarga el ajuste sobre las espaldas populares.
Pero el Gobierno no amplió su base de sustentación de acuerdo con la diversidad y envergadura de sus oponentes: la jerarquía católica, el Partido Militar, la corporación judicial, el FMI, la oligarquía pampeana, el sistema financiero, los grandes medios. Como un boxeador habilidoso pero liviano, sólo puede compensar la diferencia de peso y potencia con una movilidad constante.
A esos poderes fácticos se arriman Cobos, Redrado, Felipe y tantos otros que, Kirchner dixit, acomodan el sombrero según sople el viento. Excluyo a Alberto, porque me da pena, y a Magnetto, porque es distinto: el rival fornido que tiene apuro por noquear porque presiente que de otro modo perderá en las tarjetas.
Horacio Verbitsky
* Periodista y escritor
No hay comentarios:
Publicar un comentario